martes, 13 de diciembre de 2011

JOSE, EL CARPINTERO

No es porque se acerca la navidad y me puse religiosa y se me da por contar la historia del padre adoptivo de Jesucristo...
Este carpintero llamado José no creo que acepte tan fácilmente el hecho de que un día venga su novia de turno y le diga: "hola, estoy embarazada... es del espíritu santo".
No, un tipo que su frase de cabecera cuando se habla de fe es: "yo creo en mi"... Como mínimo se le caga de risa y le contesta: "me viste la cara?! anda, que te ayude a mantenerlo la paloma blanca".
Antipático, huraño, desaliñado... así lo percibí la segunda primera vez que lo vi.
Poco tenía de la sonrisa amable y el gesto bueno de su tocayo de la biblia... pero, como yo no soy fana de ese libro, me cayó más en gracia este carpintero de carne y hueso y malhumor casi constante.
Jose (sin acento en la e, así lo llaman, así se presenta) es un vecino isleño. Su casa está bastante alejada de la mía y la descubrí una mañana, muy temprano, que me había desvelado y salí a remar para pasar el rato.
Perdida entre árboles, su cabaña es preciosa... y ahí estaba yo asomando el hocico, chusméandola cuando mi miopía hizo foco y vio una figura sentada en el umbral, que se incorporaba en actitud de pocos amigos. En un movimiento brusco, que casi me lleva al agua, me senté en mi botecito, me acomodé toda nerviosa y remé lejos de ahí.
Ese fue el primer avistaje.
La segunda vez, yo venía río abajo con Chave. La figura desfocalizada tomó forma de hombre y estaba sentado en su muelle, tallando una pieza pequeña. Intercambiamos miradas, le sonreí a modo de saludo cordial y él bajó la vista. Ah, bue... quedamo así, macanudo!
Averiguando un poco supe su nombre, profesión y que no estaba muy desacertada con los tres adjetivos que usé en un comienzo para describirlo.
Una tarde me lo crucé en la biblioteca. Yo había ido a llevar unos libros que había conseguido para donar y José colocaba unos estantes. Apenas me divisó me regaló una mirada gélida y giró dándome la espalda por completo. Esta vez, yo le devolví el gesto con mi mejor cara de culo y pasándole por al lado como si fuese un mueble.
Así tuvimos unos cuantos encuentros. Nos faltaba mostrarnos los dientes y gruñir.
Pero... así y todo, a mi me parece que me gustaba un poquito. O tal vez, precisamente era por eso... No, si yo no aprendo más! Cuánto más difícil y complicado, mejor! Quién me manda, eh?! Quién?!
Esto se sucedió una y otra vez, y cada vez me atraía más. Me encontraba pasando frente a su casa, aunque me quedara trasmano del mundo, practicamente a diario. Si pasaba y no estaba, me ponía como un nene caprichoso: refunfuñando y pataleando, inclusive. Era una adicción. Necesitaba su mirada agria por alguna razón.
Todo esto hasta aquella noche de canciones en la que se apareció Juan y ocupó mi atención casi por completo... Digo casi porque, incluso durante esa velada, estuve atenta al semblante adusto de José, que acodado en el rincón más recóndito de la barra contemplaba las distintas situaciones.
Cuando me encontraba sentada en el muellecito del chiringuito con Juan, charla que te charla, José salió en retirada. Yo levanté la vista y él la mano, a modo de saludo, y esbozó: "chau"... Me caigo y me levanto: es como yo digo, son de manual... todos, isleños, venidos, de tierra firme... de ma-nual!
A pesar de que Juan ocupó mis días y mi cabeza a partir de ahí, yo no dejé de pasar, cada vez que tenía ocasión, por la morada escondida de José.
A veces me sentía culpable, como si le estuviese siendo infiel a Juan, por ir a recoger un "hola" o una sonrisa de costado o un cabeceo o un movimiento de mano de José (a eso se reducía toda nuestra comunicación). Pero, a veces, a veces me sentía plena con tan sólo un ademán agradable del carpintero... A veces me sentía patética, claro está!
Una vez que invité a Juan a irse de mi casa, y en la medida de lo posible de mi vida, José no rondaba en mis pensamientos. Estaba demasiado ofuscada con uno como para ya arrancar a hacerme lío con el otro...
Pero... siempre hay un pero en mi... hace un par de atardeceres, "pasó lo peor" (como diría un amigo mío, buscador de giros en las tramas)... venía remando, cerca de lo del carpinterito, y zacate: se largo un chubasco terrible; el río se puso como loco y mi bote parecía un cascarón de nuez meciéndose dentro de un inodoro en descarga. Para colmo, el cielo se puso negro y mis ojos con muletas no estaban pudiendo ver absolutamente nada. Perdí noción de dónde estaba... y como que un poquito me empecé a desesperar... cuando de repente escucho un chiflido fuerte y vislumbro una lucecita que se movía de un lado a otro... Una voz gruesa y potente gritó: "trata de acercarte hacia acá, gira el bote y rema de espaldas, que yo te amarro". No sé cómo hice, pero lo hice. De un momento a otro, el barquito dejó de estar a la deriva y se sintió más firme.
La luz de la linterna no me dejaba descubrir a mi salvador. Sentí su mano mojada sostener la mía para ayudarme a bajar y recién cuando lo tuve frente a mi nariz me di cuenta que era Jose. Mi cuerpo empezó a temblar y se me agitó la respiración. "Estás bien?", preguntó. Yo sacudí la cabeza como respuesta. Sin soltarme, me condujo en la oscuridad.
Entramos a su casa, que estaba en penumbras. "Se cortó la luz", dijo y prendió unas velas. Yo permanecía en un silencio autista. Me trajo un toallón y me empezó a secar el pelo bruscamente. "Segura que estás bien?!", insistió. A mi no me salían las palabras y asentí pestañando. "Secate, que te voy a traer algo para que te cambies". Mis movimientos estaban realentados y el corazón estaba a punto de salirse de su lugar. Jose volvió en cuero y yo me lo quedé mirando fijo, como una marmota. Se me entrecortaba el aire. Él decía algo sobre la ropa que me estaba dando e iba y venía como un trompo. Yo tenía los pies pegados al suelo. "Estás helada", mencionó mientras refregaba sus manos sobre mis brazos húmedos. "Por qué no te das un baño para sacarte el frío?". "Bueno", al fin habló la mudita...
Mientras me duchaba, imaginé mil cosas que decir al salir. Sólo me salió un "gracias" escueto y escuálido. Jose me retrucó con una sonrisa cálida y una taza caliente de té con miel.
Permanecimos en silencio un largo rato, escuchando la tormenta caer sobre la isla. Hubo miraditas reciprocas, que luchaban por no quedarse petrificadas. Risitas inquietas y sonrisas varias.
Finalmente, surgió la conversación. Básica, muy del estilo "nombre y colegio" de Feliz Domingo, pero agradable.
José es hosco, definitivamente, pero intenta ser afable, aunque no le salga naturalmente.
La lluvia se fue como vino y yo me escapé junto con ella. Volví a agradecerle por los servicios prestados, prometí devolver el pantalón de jogging y la remera que me vestían ridiculamente, y me fui rema que te rema silbando bajito.
Esta mañana pasé a dejarle la ropa y compartimos unos mates. La charla fue un poco más profunda y los nervios menguaron bastante. Me devolví a casa cuando el salió a realizar un trabajo...
Y acá estoy, escribiéndolo también a él... Uno más que se suma... o resta?!
Ay, Manuelita, Manuelita... este chico tiene todos los ingredientes para darte una pataleta al hígado!
Y si, es oficial: Jose me gusta... mucho!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ay Meme, Meme porque uno será tan masoquista?
Te quiero, Marian

Meme dijo...

que buena pregunta, linda!
loviu