viernes, 22 de abril de 2011

AU REVOIR PRINCIPE ENCANTADOR

“Tiempo al tiempo / tengo que esperar / es la idea y suele condenar / tu mirada vuelve a penetrar / mis pupilas lejanas / a ver si todo acaba aquí”, reza una de las canciones de Los Pericos que más me gusta…
Y, además, podría ser el epitafio para mi historia con Agustín.
Una mañana decidí desecharlo, extirparlo de mi vida como a un vicio malo.
Me quise hacer la normalita del barrio y proyecté mis energías en Juan y sus ganas de estar y ser.
Taché de la lista a los dos abejorros que revoloteaban constantemente, llamándome a la tentación.
Agustín pareció darse por esquivado rápidamente y no mostró problemas de adaptación.
Volvió a sus saludos estilo institucional y a convertirse en ese chico formalito que nunca entendí por qué me gustaba.
Hasta que me acordé… qué lindo que es el hijo de puta!
Y cagué!
Eso fue la obsesión misma… no podía ser tan lindo. No podía ser tan lindo y haberme besado. Haberme besado porque estaba confundido. Confundido como que le pasaban cosas conmigo.
Cada vez que nuestras miradas se cruzaban, todo ese parrafito se repetía en mi loca cabeza.
Mariano, mientras tanto, se graduaba con honores de cachivache oficial y hacía origami con mis expectativas.
Y Juan… Juan se perdía y me perdía, y nos volvíamos a encontrar, para dejarnos ir y así hasta el cansancio.
Agustín volvía a ser lo más parecido a ese hombre ideal que yo, valga la redundancia, idealizaba.
Un tipo deportista, trabajador, sano, dulce, simple…
Que tenía una novia, pero, bueno, eso estaba siendo un detalle… Un detalle que no me estaba importando en lo más mínimo.
Si Agustín se confundía conmigo, yo iba a sacar ventaja, por primera vez, de la confusión de un hombre, y no a ser víctima de ella.
Una compañera cumplió años e hizo una mega fiesta, en un lugar topísimo, que quedaba allá lejos en Zona Norte. Cuestión que nos organizamos para ir de a grupos en los diferentes autos.
El destino me hizo un guiño y me tocó viajar en el carro del papurri. Iba sentada detrás del asiento del acompañante y clavé mis ojitos color miel en el espejo retrovisor, a la caza de una de sus miradas.
Hubo más de una y fueron sostenidas y notorias.
Me lo quería comer crudo, así, salpimentado un poquito nomás!
En la fiesta me dediqué al arte de cortejar, me mostré bailando sensual, me manejé de manera sugerente.
Cuando Mariano no irrumpía y reventaba mi burbuja de fantasía, toda la sensación de estar a momentos de chaparme a Agustín invadía mi cuerpo.
Por suerte, Mariano no puede dejar de ser él, y se emborrachó mucho antes de que yo pierda la paciencia, y se perdió entre chamuyos y polleras.
Agustín estaba solo, apoyado contra un árbol. Me acerqué a darle conversación.
Después de un rato de hablar pavadas, me tiró: “¿Nos vamos de acá?” Y nos fuimos. Sin despedirnos, sin dar excusas, sin pensarlo. Nos fuimos.
Nos subimos al auto empujados por una adrenalina especial y así manejó durante un tramo.
De repente frenó a un costado, sobre la banquina, y se me quedó mirando, agitado, nervioso, excitado.
“Uh, no me dejes morir así / uh, no me dejes caer en la trampa”, sonaba en mi mentecilla.
Nos arrebatamos los besos y las caricias, parecíamos dos adolescentes febriles y desesperados.
Y ahí, en medio de esa vorágine de pasión, el desubicado de Bahiano me coreó: “Déjame salir de este encierro / No soy tu hombre ni tu verdad”… Uh, todo mal!
Odio cuando mi conciencia se pone en concienzuda.
¿Quería estar con Agustín de verdad? ¿Así? ¿Dándole masita arriba de un coche? Todo desprolijo y apurado, llenos de pura calentura nomás?…
Y fue… cuando se me separa la cabeza del cuerpo, no puedo volver a unirlos por más esfuerzo que haga.
Se me llenó el esternón de incógnitas y no pude con más nada.
Devolví mi culo a mi asiento y acomodé mi ropa con un dejo de TOC importante. No levanté la vista ni un instante, no podía mirar a Agustín y menos pensar en qué decirle.
Una histérica, eso soy, una loca de mierda que no sabe lo que quiere, pero lo quiere ya, por las dudas que se acabe la promoción de eso que no le interesa ni le sirve. Patética.
Agustín es hermoso y reúne todas las características que cualquier mina con dos dedos de frente categorizaría a EL hombre… Pero a mi en la frente me entran tres dedos y eso debe ser lo que me genera desconcierto.
¿Ni siquiera para sacarme las ganas? ¿Estoy segura? ¿Estoy bien yo?
No, que novedad… Bien no estoy…
No puedo estarlo si no puedo dejar de pensar en Mariano y en Juan. ¿Por qué?
Si tengo al “Prince charming” enfrente cómo puedo estar pensando en ese par de “Shrek´s”.
Nací para el pantano y el lodo más que para el palacio y la corona, me parece.
Mientras yo seguía sumida en mi propio bloque de “Carburando”, Agustín se mantenía silencioso y cabizbajo.
“Perdoname, Agus”, mis labios se estaban moviendo. “De golpe no me pareció una tan buena idea”. ¿¿?? Las palabras surfeaban en mi garganta y tenían vida propia.
Agustín apoyó sus manos sobre las mías, las apretujó un poquito y me sonrío. Después dijo: “Perdoname vos a mi, Manuela. Yo no soy así. No quería… Así… Que vos…”. Se pone tartamudo cuando está nervioso. Es como un nene tímido. Me ma-ta!!
Carraspeó un poco y siguió, esta vez, con mayor seguridad: “Vos me gustas mucho. Demasiado. Eso ya lo sabías. Yo estoy de novio. Eso también lo sabías. Yo estoy bien con ella, somos parecidos, tenemos una relación normal, tranquila. Vos sos… como un remolino (un espiral, pensaba yo, una enrroscada, bah), me descontrolas del todo. Y eso me gusta mucho. Pero también me asusta. No soy de tomar riesgos; prefiero ir tranquilo por ahí, con mis cositas en su orden. Debes pensar que soy un idiota (juro que no, lo escuchaba y pensaba: es un bombón… // Meneé la cabeza para que siguiera con su relato). Yo no sirvo para estas cosas, para cagar a mi novia… No sé si es culpa, pánico… Pero no me siento bien haciéndolo. (Claro, ahora entiendo lo de idiota, de golpe se me vinieron todos mis amigos varones al lado, observándolo recelosos, como si el pobre muchacho estuviese insultando a toda su raza, escudriñándolo como a bicho raro. Otro hombre, al menos de los hombres que yo conozco, le hubiese apropiguado un: Idiota!). Pensé en esto muchas veces. En cortar con Juli (nonono, no me digas el nombre, no quería saberlo!) y arrancar algo con vos. Porque me gustas en serio, pero no me animo. No puedo. No confío…”
Me sentí flotar arriba de la escena, como dicen que sucede cuando uno se está por morir. Y algo de eso había…
Me quería morir muerta!!!! Ese speech es mío, flaco! Yo soy la que no confía. Yo soy re de fiar. ¿Esa imagen proyecto? Es oficial: soy un pibe!
Y me dí cuenta. No me estaba quedando otra, claro. Tampoco es como que vino la vida y me dijo: che, nenita, acá te dejo un par de opciones, analizalas y me avisas.
Esto no iba a ser, no iba a suceder.
Agustín es un tipo sano, dulce y simple.
Pero a mi me gustan medios enfermitos, ácidos y complejos.
Agustín es un bombón. Pero a mi el chocolate me cae un poco pesado.
Todas certezas.
Su confusión me aclaró a mi las dudas. Supe sacarle ventaja, finalmente.
Lo corté suavemente con un gesto y esto salió sin filtro: “Hagamos una cosa. Dejemos todo así. Vos también me gustas, pero no sé si tanto como para tener la responsabilidad que me estás planteando. Quedate tranquilo y estable en tu relación, me parece lo mejor. (hice una pausa) ¿Me llevarías a mi casa, por favor?”.
Respondió que sí y arrancó. No hablamos en lo que duró el viaje. Mi modo no fue irónico, ni soné enojada con la situación. Todo transcurrió con una serenidad absoluta. Estaba siendo sincera, muy sincera. Y se ve que se notaba.
Cuando llegamos a mi portal, llegó el momento de la despedida… y derrapé mal… ultra cachi: “Bueno, nos vemos… Igual sigo pensando que sos muy lindo, ¿te puedo dar un último beso?”. Lo besé y me bajé.
Nononono, me extralimité con la duda genérica.
Es más que oficial: “Hola, mucho gusto. Mi nombre es David”.

PD: Por circunstancias que mi ruta me planteo, esta fue una de las últimas veces que nos vimos con Agustín. Así que, en el fondo, no me arrepiento nada de mi cachivachez de ese momento.

No hay comentarios: